Foto: candidez > Mario Humberto monasterio Calderón.
“Hace tiempo, años, no muchos,
me encontraba esperando
que un semáforo me permitiera,
como peatón, llegar a la otra acera,
no muy lejana,
y así seguir hacia mi objetivo.
A mi lado izquierdo llegó
una presencia de baja estatura,
ni al pecho me llegaría,
pero bajando un poco mi vista,
disimuladamente,
vislumbraba a una figura,
un bulto encantador,
mirarme sin percibir
que yo la podía ver.
Noté que se quedó en pose
como de admiración, embobada
y con las manos hacia el pecho
firmemente sujetaba unas libretas
jugueteando con una mano
como quien empapela su corazón.
Una de sus piernas
situó medio doblada
y el pié en la que terminaba
atrasado y atravesado lo posicionaba
moviéndolo de lado a lado.
De soslayo, veía su carita
que con tímidos suspiros palpitaba
y al notar que nadie la miraba
libre se sentía
de expresar así su alegría.
Pasado un buen rato
ante un mayor suspiro la miré
y con una gran sonrisa de aceptación
la agracié acariciando su sonido
pero al sentirse descubierta
tensa y firme
con la mirada al frente
esperó al siguiente instante
donde el semáforo nos separó
y sin volver la mirada atrás
no se qué prejuicio
la dulzura de mi…
se separó.
Pues así siento a la vida
que a veces me suspira
creyendo que yo no la veo
pero cuando sabe que la miro
con cualquier prejuicio como pretexto
me trata como
si no le interesara.”
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