“Cuántas veces nos preguntamos:
¿por qué?
y esta búsqueda nos desorienta
quizá por no querer aceptar la realidad
que con tanta esperanza llama a la puerta
y tanto riesgo supone abrirla.
Quizá sea cierto que no sepamos la razón,
quizá no queramos aceptar esa bendita llamada,
quizá proponga lo que no estamos preparados a aceptar,
quizá lo deseemos tanto que nos inhiba
a saber la razón, a creer en uno mismo, a evidenciarnos...
porque quizá no podamos atrevernos a permitrirnoslo
ya que tal cambio suponga el anhelado vivir
y dejarlo pasar,
intuyamos sea,
seguridad.
Siempre lo que de la realidad funciona
es el temor al daño, bien propio bien ajeno,
y esto nos sitúa en un mundo al que creer
en el que la doma es el día a día
y cada día es un esfuerzo por creerse
porque las necesidades interiores
no paran de latir en la dirección
donde se encuentra nuestra alma,
y, unas veces con dolor
y otras con experiencia,
rechazamos.
Pero así es el mundo,
conglomerado de contextos,
en el que se crean moralidades
para tenernos agitados
y sólo nos dolamos
de nuestra verdad.
En ese dolor,
que no es el de un infante,
reside la respuesta que buscamos
y no por no aceptarla,
o por no poder vivirla,
duele,
sino porque ese dolor
es el diálogo interior que nos avisa
que hay que hacer algo ante su motivo
y no le escuchamos.
No es cuestión de darle pronta respuesta,
no quiere que busquemos la satisfacción,
no hay que denodarse por la complacencia,
sino de interiorizar la comprensión
y tras ello,
almadamente, actuar,
como sólo uno sabe.”
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